7, julio, 2025

Croacia despierta: medio millón se reúne para proclamar fe, patria e identididad

En tiempos donde las masas se movilizan por eslóganes vacíos, ideologías importadas o espectáculos desechables, lo ocurrido anoche en Croacia rompe todos los esquemas. No fue una protesta, ni un acto político partidario, ni un festival comercializado por multinacionales. Fue otra cosa. Fue un pueblo que se alzó para decir quién es.

Más de medio millón de croatas se congregaron en el Hipódromo de Zagreb, no para exigir privilegios, sino para defender algo mucho más profundo: su fe, su patria y su memoria.

En el centro del evento, Marko Perković, conocido como Thompson, símbolo viviente de la resistencia cultural croata, dio un concierto que se convirtió en una ceremonia nacional.

El evento, anunciado como el concierto solista más multitudinario de Europa, superó cualquier expectativa. Fue una manifestación espiritual, patriótica y cultural sin precedentes en el continente europeo del siglo XXI.

Perković abrió la noche con una salutación que, para muchos en Occidente, resulta casi incomprensible:
“¡Hvaljen Isus i Marija!” —una fórmula católica tradicional del mundo eslavo que significa: “¡Alabados sean Jesús y María!”.

No fue una frase decorativa. Fue una declaración de principios.

Y lo hizo en Zagreb —una capital europea gobernada por la coalición ecoizquierdista Možemo (que en croata significa “¡Podemos!”), cuyo programa político incluye feminismo radical, ideología de género, reingeniería cultural y desarraigo nacional.

El contraste no pudo ser más explícito.

Mientras el alcalde Tomislav Tomašević promueve con entusiasmo proyectos de despatriarcalización, lenguaje inclusivo y activismo climático subvencionado,  medio millón de croatas respondieron con fervor católico. Crucifijos en alto, cánticos patrióticos, banderas nacionales —todo eso ocurrió en su ciudad, bajo su mandato. Y sin que él pudiera impedirlo.

Fue el pueblo el que tomó la palabra. Y la palabra fue: tradición.

Desde el escenario, Thompson agradeció la presencia masiva, expresó el deseo de unidad nacional y exhortó al retorno a las raíces cristianas. Subrayó que los asistentes, llegados desde todos los rincones del país, compartían los mismos valores fundamentales: familia, tradición, nación.

Durante más de tres horas, el veterano de guerra transformó un concierto en un acto litúrgico de pertenencia nacional. No fue espectáculo. Fue identidad encarnada.

Y no es casualidad que fuera precisamente un músico quien movilizara semejante multitud. Y mucho menos que ese músico fuera Marko Perković.

Thompson se ha convertido en un símbolo nacional que divide según el punto de vista: para muchos, un héroe; para otros, un chivo expiatorio. Su biografía está íntimamente entrelazada con el Domovinski rat, la “Guerra Patria” croata de los años 90. Como joven voluntario, luchó en el frente con una metralleta Thompson.  El arma se convirtió en guitarra, el campo de batalla en escenario, y la marcha militar en declaración cultural.

No es de extrañar que los medios occidentales no sepan cómo clasificarlo. Perković no encaja en los paradigmas de la cultura pop posnacional.

Las críticas le son conocidas desde hace años. Se le ha acusado de utilizar símbolos asociados al régimen Ustaša. Pero la realidad es otra: Perković se ha distanciado pública y repetidamente de toda ideología fascista, de manera clara y rotunda. Sus letras no se centran en los años cuarenta, sino en los noventa; no hablan de colaboración, sino de supervivencia.

La prensa occidental no sabe cómo digerirlo. Porque Thompson no se ajusta al molde del entretenimiento globalizado ni de la cultura pop posnacional. No es un ídolo producido. Es un croata que canta como croata, para croatas —y eso, para muchos en Bruselas y Berlín, es intolerable.

Bojna Čavoglave (“La batalla de Čavoglave”), su himno más célebre, comienza con el grito Za dom spremni (“¡Por la patria, listos!”). En Occidente, se le teme. En Croacia, se le responde. Porque no se trata de provocación, sino de una consigna que, para muchos, representa resistencia, honor y memoria viva.

Que esta tensión se debata abiertamente en Croacia, lejos de ser un problema, es muestra de madurez democrática. Aquí no se censura la historia: se enfrenta. Se recuerda. Se vive.

Mientras tanto, los mismos medios que callan ante verdaderas amenazas totalitarias, se escandalizan cuando medio millón de personas canta a su bandera y reza a su Dios.

Y lo hicieron con convicción.

A lo largo de la noche, la dimensión religiosa fue protagonista.  Las letras de Thompson están impregnadas de referencias cristianas: la cruz, la Virgen, los santos. Para la clase dirigente globalista, esto es una provocación. Para el pueblo croata, es lo más natural del mundo. No fue espectáculo evangelizador. Fue catolicismo popular —vivo, auténtico, innegociable.

En un momento culminante, se entonó el himno Maranatha (“¡Ven, Señor!”, en arameo), compuesto por el obispo Ante Ivas, mientras en pantalla se proyectaba una vela encendida por las víctimas de Bleiburg. La historia no olvidada se hizo presente —como oración, como reclamo de justicia, como acto de fe.

Durante Neću izdat ja (“Yo no traicionaré”),  Perković cedió el micrófono al joven cantante católico Petar Buljan, quien proclamó que él y su casa servirían al Señor —en eco del Libro de Josué. El público lo repitió al unísono. Medio millón de personas orando juntas. Sin líderes. Sin sectarismos. Solo fe.

Los drones en el cielo formaron las imágenes de la Virgen María y la Cruz. Y el Hipódromo cayó en silencio. No fue parte del espectáculo. Fue consagración colectiva.

La potencia del mensaje no estuvo solo en lo religioso. Musicalmente, Thompson une hard rock, metal y folclore croata. Sus canciones no siguen tendencias, sino que marcan territorio emocional y cultural.  Lo que para la élite es “populismo emocional”, para su pueblo es autenticidad sin filtro.

El punto más electrizante llegó, como era de esperar, con Bojna Čavoglave (“La batalla de Čavoglave”).  El público coreó desde las entrañas. Para algunos, escándalo. Para muchos, justicia.

Al final del evento, Perković tomó la palabra una vez más. Agradeció la unidad vivida esa noche y dio gracias a Dios. Comentó que, aunque el concierto había durado casi tres horas, el tiempo había pasado velozmente gracias al espíritu de comunión entre todos. Dirigiéndose especialmente a los jóvenes, dijo que eran más firmes que su propia generación y expresó que ahora podía morir en paz, porque Croacia estaba en buenas manos. Cerró con la promesa de que se volverían a ver, e interpretó las dos últimas canciones.

Lo vivido en Zagreb fue una señal poderosa para toda Europa. No hubo odio. No hubo violencia. Hubo memoria, oración y unidad.

Fue el testimonio de una nación que no necesita pedir perdón por existir. Y aunque Zagreb esté lejos, para muchos argentinos de origen croata lo ocurrido anoche fue también propio. En Buenos Aires, Chaco o Mendoza —donde miles de familias conservan apellidos, recuerdos y devociones croatas— la patria no es solo una geografía, sino una herencia del alma.

Croacia no termina en Europa. También vive en América. Y anoche, su corazón habló a quienes nunca dejaron de escucharlo.

Mientras en Madrid se retiran crucifijos y se subvencionan festivales de desmemoria, en Zagreb se alzan himnos, banderas y oraciones.

Europa necesita menos Davos… y más Zagreb.

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