Marcos Mata no fue parte de la Generación Dorada, pero integró una banda que fue una suerte de grupo soporte. Los tiempos más fulgurantes del básquetbol argentino, asentados en Luis Scola, Emanuel Ginóbili, Andrés Nocioni y demás, tuvieron ahí, a mano, a un conjunto de muy buenos intérpretes eclipsados por los monstruos. De otro nivel, claro, porque lo suyo era más la Liga Nacional de Básquetbol (LNB) que la NBA y los torneos europeos, pero listos para cumplir en cualquier chance de ponerse la camiseta celeste y blanca, fuera por una baja o en un certamen no tan importante como un mundial o los Juegos Olímpicos.
Paolo Quinteros (bronce en Pekín 2008), Selem Safar, Leonardo Mainoldi son ejemplos de ese plantel B que a veces se entrelazaba con el A. Un habitué era Mata, muchas veces imponente en el Peñarol de Facundo Campazzo que dominó con cuatro coronas la LNB de 2010 a 2014. Doscientos un centímetros de versatilidad y potencia en un jugador que rendía más que lo que hablaba siempre fueron atractivos para los clubes. Y hoy, a los 37 años, el chaqueño de Resistencia sigue habitando en la Liga. Sigue luciéndose en la Liga.
Tan bien juega, y tan pocas palabras tiene, que cuando terminó Boca Juniors 70 vs. Instituto 66 este sábado, Mata casi no podía hacer sonar su voz. Acababa de encestar el triple decisivo para el local, y de ser el mejor de un partido caliente, el cuarto de la final del campeonato, y apenas si emitía algún sonido ante el micrófono de la televisión. La Bombonerita era una fiesta en gran parte por él. Por sus 15 puntos, 10 rebotes y 2 asistencias; por ese triple que terminó de quebrar un desarrollo difícil, cambiante.
Boca caía por 66-64 a falta de dos minutos. Nada decidido, por supuesto, pero un riesgo enorme. Más en la serie toda que en el partido: de perder, el local habría pasado a estar 1-3 en lo global, obligado a ganar el resto del cruce: dos veces en Córdoba y una en La Boca. La historia de 40 años de la Liga desaconseja quedar tan mal parado en el resultado general. Después, con un 66-66 en el tablero, Mata recibió en una esquina y disparó, con marca llegando. Triplazo alto, limpio. El rugido de La Bombonerita debió de ser registrado por un sismógrafo.
Faltaban 75 segundos de un encuentro de bajo goleo. Pasar tres puntos arriba era no determinante, pero sí importante. El encuentro intenso pero errático lo ratificó: en ese minuto y cuarto de cierre no hubo más que un tanto. Boca se impuso por 70 a 66, dejó 2-2 el enfrentamiento al mejor de siete capítulos y el martes, en el estadio Ángel Sandrín, donde ya jugó tres tiempos suplementarios sin llevarse nada, intentará dar el zarpazo y quedar adelante en el marcador global. Ponerse match point arriba, para intentar definir en su casa el viernes.
Procurará, entonces, torcerle un brazo a las estadísticas, que anticipan que es muy difícil revertir un 0-2 en una final de Liga. Sobre 30 veces en que se dio ese marcador parcial, en apenas dos el perdedor de los dos primeros partidos terminó coronándose. En ambas fue protagonista el propio Boca. En 2003 sufrió la remontada de Atenas, de Córdoba. Pero al año siguiente se desquitó contra Gimnasia y Esgrima La Plata, con la particularidad de comenzó la serie en su estadio (y el segundo capítulo nunca empezó, porque no funcionaba un reloj y se le dio por perdido el encuentro al local).
Este sábado hubo más de ese grupo telonero de los dorados en La Bombonerita. Leonardo Mainoldi fue otra de esas ruedas de auxilio de la selección en sus mejores épocas, y es aun más grande que Mata: anda por los 39 años. Y también el santafesino fue valioso en ese segundo triunfo sobre Instituto, no tanto por su producción general (8 tantos, 3 rebotes, 1 pase-gol), sino más bien por sus aciertos en el momento más caliente del juego. Cuando le pelota quemaba en un contexto de yerros y de reloj y marcador apremiantes, fueron los veteranos los que mantuvieron encarrilado a Boca. Junto, por cierto, al talento de José Vildoza (14 puntos, 4 recobres, 3 asistencias, 3 robos, 3 pérdidas).
Como si hubiera habido que honrar a esos no dorados que estuvieron ahí, bancando como reservas, en las épocas de vacas gordas, pues apareció Luis Scola en una platea del Luis Conde. Junto a uno de sus hijos, Tomás, recientemente protagonista del Mundial Sub 17 en Turquía (Argentina resultó 10ª sobre 16 equipos). El chico de 17 años vistió una camiseta azul y oro, y su papá, el histórico capitán y máximo goleador de todos los tiempos del seleccionado, fue aplaudido por el público. Y Luifa respondió a lo Scola: sonrisa leve, mano en posición modesta de saludo. No tuvo palabras públicas.
Su ex compañero Mata, requerido por la televisión, apenas pudo soltar unas en medio de la emoción del final.
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LA NACION