Hay alboroto en la sala principal del cuarto piso del Hilton Americas en Houston, Texas. El primer discurso de la CERAWeek 2025, la mayor conferencia mundial sobre energía, es interrumpido por los gritos de ovación de un fan del hombre que está en el escenario, y por el festejo cómplice de sus asesoras por la ocurrencia. Arriba está Chris Wright, el secretario de Energía de los Estados Unidos; abajo, sentado al centro de la mesa que está en primera fila, Doug Burgum, secretario de Interior y, formalmente, su jefe en el Consejo Nacional de la Energía creado durante la segunda presidencia del republicano Donald Trump.
El mensaje es justo el que quieren escuchar los empresarios petroleros de todo el mundo y sus principales gerentes: el petróleo y el gas están de vuelta. La era de los hidrocarburos tiene larga vida y la transición energética hacia fuentes más amigables con el medio ambiente será más lenta que lo proyectado durante la última década.
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Trump interpretó un mandato social claro: energía barata para los estadounidenses y el mundo es más trabajo para sus votantes, más actividad industrial para el shale oil y gas y, en definitiva, menos presión a la inflación. America First.
La Administración de Información Energética de EE.UU. (EIA) calcula para 2025 una caída anual del 8% en los precios del petróleo, hasta 74 dólares por barril, y un descenso a US$ 66 en 2026. La consultora internacional Wood Mackenzie pronostica que el crudo se mantendrá en un promedio de US$ 73.
¿El fin del cambio climático?
“La agenda woke murió, tiene razón Javier Milei“, expresó, eufórico, un ejecutivo argentino que estuvo en Houston. Las energías renovables son entre 3% y el 4% de la oferta total en el mundo y son intermitentes (depende de la disponibilidad de viento o de la luz solar), por lo que aún necesitan la energía térmica o nuclear como respaldo, además de minerales críticos como el cobre y el litio para el almacenamiento en baterías.
El presidente de Saudi Aramco, Amin Nasser, planteó: “La actual estrategia de transición está fracasando visiblemente en la mayoría de los frentes. A pesar de que el mundo ha invertido más de 9,5 billones de dólares en la transición energética durante las últimas dos décadas, las alternativas no han podido desplazar a los hidrocarburos a gran escala. Muchas alternativas en juego son simplemente inasequibles para la mayoría de las personas en todo el mundo. Los vehículos eléctricos son hasta un 50% más caros que un automóvil con motor de combustión interna y no se pueden subsidiar indefinidamente”.
“Me han llamado negacionista del cambio climático o escéptico. Es un error. Soy un realista climático“, definió Chris Wright, quien consideró como “miope y casi religiosas” las políticas de Joe Biden.
El drill, baby, drill que Trump mencionó como orientación de su política energética tiene como manifestación principal las autorizaciones para las plantas de licuefacción de gas natural en la costa este de Estados Unidos, que el anterior gobierno había puesto en stand by, convencido de que el mundo necesitaba acelerar hacia energías renovables. Wright, el empresario petrolero que reemplazó a Jennifer Granholm -funcionaria de Biden- en la Secretaría de Energía, dio el visto bueno la semana pasada a una cuarta planta.
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La competencia de Estados Unidos es desafiante para la Argentina. El país norteamericano fue pionero en el desarrollo del shale a partir de 2006 y lo tiene mucho más avanzado que Vaca Muerta, que empezó tímidamente a crecer desde 2013 en un contexto de control de cambios (cepo al dólar).
Las formaciones Permian, Eagle Ford, Marcellus y Haynesville lograron que EE.UU. pasaran de producir 5 millones de barriles diarios de petróleo crudo en 2008 a 13,5 millones en 2024; y de 1.450 millones de m3 diarios de gas desde el mínimo de 2005 a 2.900 millones de m3 diarios el año pasado. En ambos casos, las cifras son casi 20 veces más que en la Argentina. EE.UU. alcanzó el autoabastecimiento energético y ya no hay más guerras en Medio Oriente por el petróleo.
La producción petrolera en EE.UU. tiene menos riesgos, libertad de movimiento de capitales, costos de servicios 35% más baratos y queda más cerca de una de las mayores fuentes de demanda de gas, que es Europa. En definitiva, el impulso de Trump a esta industria implica que Estados Unidos asumirá el protagonismo y obligará a la Argentina a trabajar para bajar cada centavo de sus costos, así poder llegar barato a Asia, Europa y Brasil, los potenciales compradores del gas natural licuado (GNL).
Muchas de las reuniones que tuvo Horacio Marín, presidente y CEO de YPF, fueron sobre eso: reducir costos y buscar posibles compradores de la energía argentina en el mundo.
En la CERAWeek, que presenció Clarín, quedó claro, nuevamente, el lugar marginal que tiene la Argentina en el mapa global de la energía. Un poco menos que antes, cuando el país no merecía siquiera una mención de los grandes ejecutivos de la industria -esta vez estuvo en boca de los CEOs de las multinacionales Chevron, Shell y TotalEnergies-, pero nadie espera a Vaca Muerta ni se desespera por ser socio.
La revolución de la inteligencia artificial
El segundo eje central de la mayor conferencia mundial sobre energía fue la inteligencia artificial y su revolución en materia de productividad y consumo energético. La IA -o AI, por sus siglas en inglés- necesita grandes data centers para su almacenamiento informático, y estos a su vez tienen que ser instalados en lugares muy fríos -como la Patagonia- para atemperar el calor que producen o se debe generar miles de gigavatios-hora (GWh) para enfriarlos.
El modelo de aprendizaje de lenguaje para Chat GPT-3 demandó una cantidad de electricidad equivalente al consumo de un hogar medio de España durante 23 años. Una consulta a Chat GPT-4 consumía el año pasado casi 10 veces más energía que una búsqueda en Google, pero esos números se van reduciendo rápidamente.
La inteligencia artificial puede hacer disparar el consumo de energía entre un 20% y un 30% para fines de está década, mientras que la capacidad de oferta puede crecer al 2% anual. El resultado se puede predecir: hay preocupación por un posible impacto en los precios, justo eso que vino a proteger Trump.
Gigantes productores de turbinas para centrales eléctricas como GE Vernova (ex General Electric), Siemens Energy y Mitsubishi Power, así como Wärtsila, líder en motores, ya tienen una saturación de pedidos y estarán a capacidad plena hasta dentro de 3 años.
El cuello de botella eleva los precios y pone en riesgo la garantía de suministro energético ante un mundo que puede tener una demanda mayor que la oferta, a menos que nuevas innovaciones tecnológicas produzcan que la IA consuma menos electricidad para el aprendizaje de las máquinas –machine learning-.
La planificación será cada vez más necesaria, razonó un empresario argentino con intereses en el sector eléctrico. El país canceló en 2024 una licitación para ampliar el parque de generación térmica y la nueva licitación se demora desde el verano. La Argentina lo puede pagar caro y llegar tarde al acceso a turbinas.