14, septiembre, 2025

La plata no alcanza ahora ni alcanzó antes… Alcanzará después?

¡Es la economía, estúpido! Esa expresión favoreció a Bill Clinton en su campaña presidencial frente a George W. Bush en 1992. Tuvo éxito porque se focalizó en las preocupaciones de los votantes, como los precios y el bolsillo, alejadas de los méritos internacionales del republicano. En nuestro país, muchos desencantados con Javier Milei luego de 21 meses de gestión, se quejan porque “la plata no alcanza” aunque la inflación haya sido doblegada. Es posible que, en las recientes elecciones en la provincia de Buenos Aires, ese factor haya tenido gravitación en los números finales, aunque no decisivo. Pero podrá tenerla en 2027.

La estabilidad ha puesto de manifiesto que los argentinos somos pobres, por lo menos con respecto a las expectativas de ingresos frente al esfuerzo cotidiano en diferentes labores. La caída de la inflación nos ha hecho descubrir el sentido de la palabra “productividad”. Un país que no ha tenido inversiones durante más de una década, no puede crecer y por tanto, tampoco mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos. Si bien en los últimos meses el salario real aumentó, ello no es percibido por quienes no tienen trabajos formales (la mitad de la población). El lastre de una economía cerrada, con enorme gasto público y un costo argentino destructivo (laboral, sindical, fiscal), ha impedido la inserción de las empresas en el mercado mundial para generar divisas. A la inversa, por falta de competitividad, las demandan para funcionar. Si bien esa no es la situación del campo, los hidrocarburos, la minería, la agroindustria y los servicios del conocimiento, es el karma de las pymes que dan empleo en los núcleos urbanos.

Un país que no crece tampoco puede contar con recursos públicos genuinos para atender los nuevos derechos incorporados, bajo la consigna del Estado Presente, a las “billeteras virtuales” de millones de ciudadanos, por vía de jubilaciones, pensiones, empleos estatales o subsidios a sectores muy sensibles ante la opinión pública. Ese desajuste entre compromisos de gastos y una economía improductiva causó el recurrente déficit fiscal y la inflación superior al 200% en 2023.

Al reducirse esta de forma drástica, la pobreza se redujo del 50% al 38%. Un verdadero acto de “justicia social” pues el impuesto inflacionario afectaba a quienes, durante años, sufragaron la Argentina “barata”…para los demás. Sin embargo, ahora el resto se siente frustrado al disiparse la niebla inflacionaria pues, al confrontar sus ingresos con los precios estables, advierten que “con estabilidad no alcanza”. Pero no puede haber mejoras sin aumentos de productividad, como lo requieren las economías que funcionan. Se necesitan inversiones que incorporen capital a todos los procesos productivos para multiplicar los frutos del trabajo. Ello será un proceso lento, que ocurrirá cuando el marco institucional sea estable y la política genere confianza.

En el imaginario popular se cree que este gobierno (u otro) podrían reactivar la economía morigerando el ajuste y frenando la motosierra. “Hay que frenar a Milei”, es la consigna de Fuerza Patria para lograr ese objetivo. Pero la Argentina carece de moneda y cualquier señal de desequilibrio se reflejará, al final del camino, en demanda de dólares y regreso de la inflación, aunque mejore el consumo en lo inmediato. La plata no alcanzará hasta que se reduzca el riesgo país e ingresen fondos para nuevos emprendimientos, expandir capital de trabajo, comprar bonos, casas o campos.

Al conocerse el holgado triunfo del peronismo en las recientes elecciones bonaerenses, el riesgo país superó los 1000 puntos y los activos argentinos se desplomaron. Algunos libertarios lo llamaron “riesgo kuka”, sin advertir que también es un “riesgo Milei”. Es decir, el riesgo de que, por impericia política, malverse el crédito que le otorgaron las urnas y se repita la crisis posterior a las primarias abiertas (PASO) de 2019. De todas formas, la “paliza a tiempo” –como decían las abuelas- será útil para frenar la arrogancia libertaria y también para que se tome conciencia del daño que puede provocar, en solo 24 horas, un cambio de expectativas. El valor de las empresas argentinas cotizantes cayó casi 8000 millones de dólares en un día. A pesar del clima primaveral y de la aparente normalidad, bajo la superficie argentina aún bulle el magma de la desconfianza, las corridas, la híper y el default, siempre listo para estallar en forma volcánica ante cualquier desliz o cisne negro.

En 2023 Milei fue una oportunidad inesperada de encaminar el país por la senda del crecimiento aun cuando su personalidad, su estilo y su “triángulo de hierro” causasen rechazo. Pero ese apoyo crítico puede torcerse ante recelos de corrupción, burlas a las personas con discapacidad, desplantes a los aliados o insultos inmerecidos. O por desazón, si la plata no alcanza. Cuando esas señales se acumulan y hay que votar, sus simpatizantes se sienten entre Escila y Caribdis, los dos monstruos marinos de la mitología griega. Y en una elección local, como la del domingo último, la forma de escabullirse y evitar optar entre ambos males fue con modos imperfectos de rechazo cívico. Como lo señalamos el lunes pasado, en buena parte del electorado pesó más el desencanto que el miedo a un regreso del kirchnerismo al poder nacional, pues ello no estaba en juego en las elecciones provinciales. De hecho, el 43% del padrón no fue a votar o lo hizo en blanco o emitió votos nulos.

“Gobernar es explicar”, dijo Fernando Henrique Cardozo. Esa es la consigna que el Gobierno debería adoptar de inmediato, pues la mayor parte de la población repudia el regreso al pasado, el drama del dinero sin valor, las crisis familiares y angustias del caos social. No hay otro camino que cimentar la estabilización alcanzada e impulsar el crecimiento con reformas estructurales. Y eso debe ser explicado, no por tuiteros violentos y mal educados, sino con diálogo constructivo, palabras racionales y actitudes empáticas.

Si bien nada podrá hacer Milei para que la plata alcance antes de las elecciones de octubre, mucho puede cambiar para aventar sospechas de venalidad, recomponer relaciones con sus aliados, retomar el vínculo con los gobernadores y dejar de insultar a quienes discrepan con el discurso oficial. Esa es la forma de recuperar el apoyo de los desencantados que optaron por una “tercera vía” de abstención crítica cuando solo estaban en juego cargos provinciales y municipales.

Si el peronismo cambiase su relato y ofreciese una propuesta de transformación para el crecimiento, bienvenido fuese. Pero hasta ahora, las palabras de Axel Kicillof como líder de un “nuevo” peronismo, aunque de tono conciliador, no se apartan del discurso inaugural de Héctor Cámpora, aquel 25 de mayo de 1973, cuando proponía liberación, soberanía y más Estado para romper con la dependencia. Esa fórmula, carente de ideas superadoras, nos llevó al Rodrigazo de 1975 del que aún vivimos sus secuelas.

No se trata, por tanto, de apoyar a Javier Milei como redentor carismático, consintiendo sus arrebatos y groserías con sumisión militante, sino de dar oportunidad a quien llegó de forma inesperada a la primera magistratura para intentar las reformas que la Argentina necesita para crecer. Para que la plata que hoy no alcanza, alcance mañana.

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