9, junio, 2025

Relatos de un taxi: 15 años al volante entre secretos, desafíos y estigmas

En una ciudad marcada por el viento, las distancias y una movilidad urbana que muchas veces representa un desafío, los trabajadores del volante son quienes mantienen la ciudad en movimiento. Cristina Aguilar recorre más de 200 kilómetros diarios al volante de su taxi de lunes a sábado y conoce cada calle como la palma de su mano. Desde hace 15 años se abre camino en un oficio históricamente masculino, y en este informe cuenta cómo es ser taxista entre pasajeros impredecibles, jornadas interminables y relatos que transforman cada viaje en una historia.

“Me levanto a las seis y media, me ducho, desayuno algo y salgo. Todos los días es algo nuevo”, dice Cristina mientras gira el volante con una calma que solo da la costumbre. Conduce con soltura por el centro de Comodoro, una ciudad que, como tantas otras, tiene horarios pico, zonas calientes y barrios que muchos prefieren evitar.

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Cristina comenzó a manejar remises luego de que la privatización de Aerolíneas la dejara sin trabajo. “Mi hermano me dijo: hacete el carnet profesional, están tomando choferes. Así empecé. Yo ya sabía manejar desde los 16 y siempre me gustó andar en la calle, libre”. Primero fueron remises, luego transporte escolar, y desde hace cuatro años maneja taxis. “De todo lo que hice, el taxi es lo que más me gusta. Es como una aventura. Te levantás sin saber si vas a estar en San Cayetano, en Pico Truncado o en el aeropuerto”.

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Mujer y taxista: abrirse camino

Cuando arrancó en este rubro, Cristina fue la única mujer trabajando de noche en Remís Palazzo. “Los compañeros me enseñaban de a poco, en esa época usábamos un libro que se llamaba el Ubicate. Ahora ponés el GPS y vas a cualquier lado”. Aunque la ciudad cambió, muchas cosas siguen igual: los riesgos, los clientes difíciles y los horarios extendidos.

Su rutina comienza en el centro. “Es como dicen los taxistas: siempre alguien se queda dormido, entonces vos te pegás una vuelta y siempre volvés ocupado al centro. Voy hasta San Cayetano, la rotonda, y vuelvo siempre con viaje”, cuenta. Como buena conocedora, dice que hay zonas más peligrosas que otras y que prefiere evitar, como el camino de los Molinos o el pasaje 13 de diciembre.

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Cristina ya no trabaja de noche. “He tenido situaciones jodidas. Una vez levanté a dos personas en el cruce de Palazzo, venían del campo y estaban tomados. El hombre me insultó todo el viaje. Al final me dijo que no me iba a pagar. No lo dejé bajar y me fui directo a la comisaría. Quedaron detenidos y me tuvieron que pagar el viaje”.

El taxi tiene un botón antipánico que se activa ante una situación de peligro

Para estos casos, el taxi tiene un botón antipánico: un dispositivo de seguridad que envía una alerta inmediata en caso de emergencia, robo o agresión. “Está escondido, le pegás una patada y se activa. Se comunica con el monitoreo y con mi jefe. Si no respondo, mandan un patrullero. Por suerte, nunca tuve que usarlo. Siempre pude manejar las situaciones sola”, explica.

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Historias sobre ruedas

El taxi es también un confesionario. Hay relatos recurrentes que Cristina logra identificar. “La gente me cuenta de sus hijos, algunos están con el tema de las drogas. He llevado mujeres al hospital a tratar de ver si pueden internar a los hijos. También me tocó llevar gente que gana un montón de plata en el casino y gente que está muy mal, que no sabe qué hacer con la problemática acá en Comodoro. Todos los días son distintas historias, todos los días es algo nuevo”.

Y a veces, ser mujer es un plus. Como ella misma lo cuenta: “Me buscan muchas mamás para llevar a sus hijas a golf, al colegio. En ese sentido, ser mujer ayuda. Hay confianza”.

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Cristina cuenta que su trabajo es una gran aventura; sabe dónde empieza el día, pero nunca dónde va a terminar. Puede ser en la parada del aeropuerto, en el hospital, en el barrio San Cayetano o incluso en Pico Truncado. “Una noche, una pareja que venía de Buenos Aires con el vuelo demorado perdió el colectivo que los llevaría a Pico Truncado y me dicen: ‘bueno, nos vas a tener que llevar a Truncado’. Llegué como a las 2 de la mañana, me acosté en una estación de servicio a dormir hasta que amaneció y volví a Comodoro. Es complicado porque a veces en la ruta hay lugares que no tienes señal; ponele que te pase algo y no sabes qué hacer, y no anda mucha gente a esa hora”, recuerda.

Cristina tiene seis hijos adultos. A lo largo del día sube estados mostrando dónde está o qué viaje le salió. “Y ahí se enteran mis hijos por dónde ando. Ya están acostumbrados. Hace más de diez años que hago este trabajo y no lo cambiaría. Lo voy a hacer hasta que me dé la vista o el cuerpo. La verdad, no lo cambiaría por otro trabajo”.

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Sabe que el trabajo al volante no es fácil, pero también que cada jornada le deja una historia nueva, una enseñanza o una sonrisa compartida. “Mientras pueda ver y manejar, voy a seguir”, dice convencida. Porque en su taxi no solo se recorren kilómetros: se cruzan vidas, se escuchan secretos y se rompen estereotipos, uno a uno, con cada viaje que comienza.

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