24, febrero, 2025

Cuatros féretros negros para simbolizar el odio, la muerte y el fanatismo

Cuatro féretros negros bajo los rayos del sol de la ciudad de Jan Yunis, la ciudad de Sinwar el jefe de Hamas, el cerebro del operativo terrorista contra los pacíficos y laboriosos kibutz del sur de Israel. Cuatros féretros negros lustrosos para simbolizar la muerte, el odio y el fanatismo. Cuatro féretros y al costado una ambulancia blanca de una Cruz Roja, una ambulancia que en el techo luce la estampa de un enmascarado que mira desafiante y con aire burlón hacia el horizonte. Cuatro féretros rodeados por una multitud de militantes civiles de Hamas que no pueden disimular su regocijo. Cuatro féretros con inscripciones patéticas en sus costados y a pocos metros una caricatura de Netanyahu devenido insaciable vampiro, imagen cuyos autores no hubieran vacilado en recrear llegado el caso con los rostros de Ben Gurión, Shimon Peres o Golda Meir, porque importa saber que a los terroristas islamistas no les importa que los jefes de Israel sean de derecha o de izquierda, porque su exclusiva pasión es hundir a todos los judíos en el mar, cumplir en Medio Oriente la faena que Hitler dejó inconclusa.

Cuatro féretros. Prestar atención a esos ataúdes lustrosos, a ese enmascarado trepado al techo de la ambulancia, a esos seguidores de Hamas celebrando la escena, a esos niños palestinos educados para regocijarse ante un escenario de muerte. Prestar atención a esa estremecedora escena, porque cada uno de esos detalles configura el verdadero rostro del terrorismo islamista.

Los niños muertos se llamaban Kfir y Ariel. Eran hermanos. Uno tenía menos de un año al momento del secuestro; el otro, cuatro. Dos niños. Dos niños asesinados por el terrorismo islamista. La escena es pavorosa. Los sarcófagos de los nenes son un testimonio monstruoso. Nunca imaginé el tamaño de un féretro de un niño de un año. Los señores de Hamas no solo lo imaginaron, sino que lo hicieron. Insisto, la escena es pavorosa, de un morbo siniestro. Rodeando a los niños muertos, hombres enmascarados armados hasta los dientes. En el cajón de Ariel, una inscripción: “Detenido el 7 de octubre de 2023″. Leyeron bien: “Detenido”. Para Hamas el operativo de sangre y fuego perpetrado contra vecinos de Israel, niños, ancianos, mujeres y hombres, fue un legítimo operativo de detención. La detención incluyó violaciones, torturas, bebés descuartizados. Todo esto acompañado por alaridos de festejos. Los atilas regresaron a su guarida de la Franja de Gaza con sus trofeos de victorias: prisioneros y muertos. Gran hazaña: corajudos con niños, mujeres y ancianos. Un detalle a tener en cuenta: multitudes de vecinos de la Franja de Gaza salieron a la calle a felicitar a sus heroicos centuriones. Un año y medio después este otro capítulo de un terror que da escalofrío. Dos niños muertos y la celebración de esas muertes. Se hizo justicia con dos nenes de uno y cuatro años. Y un anciano de 83.

Maldita guerra. Nunca nos vamos a cansar de maldecirla, pero sabemos, vaya si lo sabemos, que la guerra nos acompaña como las pestes. Maldita guerra, pero hay diferentes maneras de comportarse en la guerra. Ejércitos peleando en el campo de batalla es siempre un escenario de sangre, un escenario de sangre pero entre hombres que disponen de las mismas posibilidades.

Desde hace por lo menos mil años, religiosos, monarcas, diplomáticos, filósofos admitieron que en la guerra los únicos inocentes son los niños. Todo puede estar permitido, pero con los chicos no. Por supuesto, la preceptiva, el mandato nacido de las entrañas de la humanidad no se cumplió y no se cumple. En la guerra mueren niños. Es una fatalidad, una desgracia, pero lo cierto es que, por ejemplo, los bombardeos de los aliados contra las ciudades alemanas gobernadas por Hitler mataron chicos.

Pero también en esas muertes horribles hay modalidades, matices, eso que se llama efectos no queridos de una acción. El objetivo de Churchill, de Roosevelt, de De Gaulle era derrotar a los nazis. La muerte de niños era una calamidad inevitable en este ejercicio maldito de guerrear. Pero una cosa son los efectos no queridos y otra muy diferente es una estrategia que incluye el exterminio de niños. Es lo que hizo, sin ir más lejos, Adolfo Hitler. Los judíos eran exterminados por el hecho de ser judíos, es decir, una raza maldita. Un niño judío era tan culpable como su padre, su madre o su abuelo.

Hay otros ejemplos de este hábito sádico en la historia, pero el más reciente es el practicado por Hamas. Sus centuriones atacaron las aldeas judías y mataron sin contemplaciones. Decapitaron, torturaron, violaron. Se dieron todos los gustos. A un bebé lo cocinaron en un horno. Kfir y Ariel fueron secuestrados y su condición de infantes fue más un estímulo que un límite. Ahora están sus cadáveres exhibidos como trofeos de guerra. Inútil decirles que con los niños no; que los niños son inocentes, inocentes absolutos. Los niños judíos, los niños palestinos, los niños de cualquier parte del mundo.

Claro, alguien dirá que Israel también mató niños palestinos. Es verdad, y no creo que en el cuadro de honor de las hazañas militares del ejército de Israel figuren estas muertes, como tampoco en los ejércitos de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial figuran las muertes de los niños alemanes como consecuencia de los bombardeos a Dresde, Hamburgo o Berlín. Pero en el marco de ese horror que es la guerra, hay una diferencia. No es lo mismo el efecto no deseado de una acción militar que una estrategia que incluye asesinar o secuestrar niños deliberadamente. Israel detiene terroristas palestinos, los juzga y los condena. También los asiste. Algunos de los terroristas que perpetraron la carniceria del 7 de octubre fueron prisioneros de Israel liberados en esos canjes de mil palestinos por un prisionero judío. Algunos de esos terroristas fueron atendidos por los médicos de los hospitales judíos. Uno de ellos, después de que le salvaran la vida en un quirófano, fue liberado. Y, como gesto de gratitud, encabezó el operativo de extermino de judíos en los kibutz del sur. Sinwar se llamaba.

Importante recordar, aunque a más de uno los hechos le entren por una oreja y le salgan por la otra. La guerra la inició Hamas de la manera más traicionera y cruel. Israel respondió al ataque. La guerra habría terminado al otro día si Hamas hubiera devuelto a los rehenes. No lo hicieron. Mientras tanto, las almas biempensantes del mundo libre hablan del genocidio contra los palestinos y no dicen una palabra sobre la masacre del 7 de octubre. Y si alguna vez la dijeron ya la olvidaron. Por el contrario, por esas piruetas trágicas de la historia los genocidas son los judíos, cuando en realidad los que proclaman el extermino de los judíos, los que agitan la consigna genocida “Judíos al mar”, son los terroristas islamistas. Conclusión: dos féretros de dos niños judíos, y la izquierda proislamista no dice una palabra. Ni una palabra, ni un gesto para con los bebés muertos. Toda la retórica contra el Estado sionista. Maravilloso. Antes a los judíos se los mataba por razones religiosas, después por razones raciales, ahora porque han decidido construir su propio Estado, apenas una lonjita de tierra en la inmensidad de Medio Oriente. Otra vez, como en los tiempos de los nazis, los judíos vuelven a ser considerados ratas. Y ya se sabe que el destino de las ratas es la fumigación. Hitler esa faena la tenía clara. Los nuevos judeofóbicos parece que también. Cambia la retórica, pero el odio ancestral a los judíos se mantiene intacto. Ese odio que se estremece de placer ante la presencia de los restos de dos bebés muertos por haber nacido judíos.

Conforme a los criterios de

Más Noticias

Relacionadas